Por Gabriel López 
Djokovic semifinal Roland Garros ya es una frase que retumba en la Philippe Chatrier. Novak volvió a encender la llama de su leyenda con una victoria épica sobre Alexander Zverev, en un duelo que tuvo de todo: intensidad, quiebres, presión y jerarquía. El serbio, que venía sin mucho brillo esta temporada, encontró su momento justo en el polvo de ladrillo parisino.
En cuatro sets (4-6, 6-3, 6-2 y 6-4), Nole superó al alemán, tercera raqueta del mundo, y se metió por 51ª vez en semifinales de un Grand Slam. Casi nada. Ahora se verá las caras con Jannik Sinner, actual número 1 del mundo y el único que parece tenerle tomada la medida en el circuito.
Zverev empezó con fuerza, ganando el primer set. Pero Djokovic respondió como en sus mejores días. Subió el nivel, restó como un animal y comenzó a erosionar mentalmente al alemán. A medida que pasaban los juegos, el dominio del serbio se hacía más evidente.
En el tercer set ya no hubo partido. Siete juegos consecutivos para Nole y la moral del germano por el suelo. El público lo sabía, y él también. El partido estaba en su mano, y no lo soltó más.
Con la victoria ante Zverev, Djokovic semifinal Roland Garros se convierte en una realidad que muchos no veían venir. A sus 38 años, sin títulos grandes esta temporada y partiendo como sexto favorito, Novak encontró el ritmo en Ginebra y lo trajo a París. Lleva nueve triunfos al hilo y quiere el número 25.
Pero no será fácil. Jannik Sinner espera. El italiano llega encendido: solo ha cedido 38 juegos en todo el torneo y suma 19 victorias seguidas en Grand Slams. Ya venció tres veces seguidas a Djokovic, incluyendo dos el año pasado. La historia entre ambos está empatada 4-4. Esta semifinal promete fuego puro.
Será el noveno choque entre dos generaciones: la del eterno Nole contra el ascendente Sinner, que tras su castigo por dopaje vuelve con hambre. Si Djokovic quiere seguir haciendo historia, debe frenar al jugador más en forma del año. Si Sinner quiere su primer Roland Garros, debe vencer al más grande de todos los tiempos en tierra batida.
Ernesto Traub